Preguntas asalto

No todas las preguntas tienen respuesta. Pero hay algunas cuya respuesta está implícita ya en la misma pregunta. Y es una suerte, porque así no te traspasan sus dudas, ni sus indecisiones, ni sus tormentos existenciales. Las que a mí me gustan son las preguntas que no siendo retóricas, vienen a ser elegantes afirmaciones. Por ejemplo: en un día soleado, al pasear descalza por la playa de pronto te preguntas: "¿Cuánto hace que no me como un helado de fresa?". Y qué más da, qué más da si hace un mes, un año o toda la vida. Lo que la pregunta está intentando decirte es que en esos momentos te mueres por un helado de fresa. Otra: "¿Cuándo fue la última vez que bailé hasta el amanecer?". Y una más: "¿Dónde estarán aquellos patines con los que recorría la ciudad los domingos por la mañana?".

Lo que me fascina de estas "preguntas asalto" es que tienen una misión muy clara. Aparecen para rescatar un placer olvidado, una delicia descuidada, un instante de felicidad. La mejor parte viene cuando efectivamente te reencuentras con esos placeres: Y te comes ese helado de fresa con la misma ilusión que un niño abre su primer regalo, y una noche te quedas bailando hasta que sale el sol como si fuera la última noche de tu vida, y de nuevo recorres las calles sobre ruedas y te sientes volar. Son tan sólo instantes. Pero hay tanta, tanta felicidad en ellos que casi parece que la vida se para por ellos.

Claro que tarde o temprano acaba llegando la pregunta que no siempre tiene respuesta y que si la tiene suele ser bastante triste: "¿Por qué dejaría yo de hacer esto que tanto me gusta?". Pero ni siquiera entonces esa respuesta (que es de las que amenaza con dejarte sus dudas, y sus indecisiones y sus tormentos existenciales) importa ya tanto. Porque de alguna manera, las "preguntas-asalto" han conseguido comunicarse contigo y ya han empezado a responder por ti.